lunes, 15 de diciembre de 2008

Será posible un mundo no excluyente?

por Antonio Elizalde Hevia

Publicado originalmente en :http://www.economiasolidaria.net

Un niño de 11 años murió ayer en las afueras de la capital argentina tras dispararse un tiro en la sien por no haber realizado su tarea escolar. “Papá, lo hice por no haber hecho los deberes y por tener una familia que no merezco. Los amo a todos”, dijo el menor en una carta de despedida. El pequeño, cuyo nombre no se reveló por razones legales, se suicidó en su casa de Lomas de Zamora, al sur de Buenos Aires, con una pistola de su padre al culminar las dos semanas de vacación invernal.
(Agencia EFE, 5 de agosto de 199 8)

En un pueblo llamado Tristeza, todos los días mataban gente, secuestraban niños y otras cosas muy trágicas, por eso se le puso ese nombre. En ese pueblo había un grupo de niños el cual el mayor era el líder y se llamaba Pedro.
Un día como era de costumbre se presentó una guerra entre guerrilla y ejército. La gente salía de sus casas corriendo y gritando con sus niños, dejaban en sus casas las cosas materiales porque ellos sólo querían salvar su vida.
Un grupo de niños había hecho un pacto de amigos que decía que no se iban a separar nunca. Pero en esa ocasión muchos de ellos salieron a buscar fortuna con sus padres. De este grupo sólo quedó Pedro y su mejor amigo Diego.
La guerra seguía y en un momento Pedro y Diego salieron corriendo por la mitad de una calle muy angosta en donde más se concentraba la guerra. Una bala pasó volando y le cayó en el pecho a Pedro. Al instante cayó y lo único que dijo fue: Qué bueno sería morir de viejo y no por las balas de la violencia.
(Javier Fernando Ramírez López, niño colombiano de 10 años de edad)


Hace algunos años, en un vuelo desde Santiago me tocó viajar sentado al lado de un empresario chileno. En la conversación hablé de las consecuencias de los ajustes estructurales en América Latina y de la creciente destrucción del ambiente y de la expulsión y pauperización de una parte creciente de la población como su resultado. El me contestó: “Todo eso es cierto. Pero usted no puede negar que la eficiencia y la racionalidad económicas han aumentado”.
(Franz Hinkelammert, El Mapa del Emperador, DEI, San José de Costa Rica, 1996, p.12)

Introducción

Escribir sobre América Latina y El Caribe es una tarea difícil, más aún intentar describir de una manera breve nuestra realidad y orientada a un lector medianamente informado sobre ella y agobiado por la masa de información que habitualmente en el mundo de hoy, está disponible para todo aquel que quiera acceder a ella.

Las citas que presento inicialmente apuntan a contextualizar la reflexión que quiero compartir con ustedes, aprovechando como pretexto este artículo.

Estamos plagados de declaraciones grandilocuentes propias de los organismos internacionales, de los gobiernos y de las autoridades de todo tipo que hacen mención, a que “los niños son el futuro de la humanidad”, son la “esperanza de nuestros pueblos”, son el eje central del quehacer de gran parte de nuestras instituciones: la familia, la escuela, la TV. Sin embargo, a nuestros niños en nuestro continente “occidental y cristiano” se les asesina diariamente en nuestras sociedades. Lo dice la carta de ese niño suicida ¡a los once años de edad! por su incapacidad para soportar la culpa que le hemos hecho sentir por no haber hecho su tarea escolar; o el cuento escrito por ese niño que describe la violencia y la muerte en que se despliega su existencia cotidiana en su país.

Pero a la vez, aquellos quienes toman las decisiones que afectan a muchas personas, a muchas vidas, piensan que lo que vale en definitiva es la eficiencia y la racionalidad. ¡No importando a qué costos! Lo que debe primar para algunos será la razón de Estado, para otros la lógica implacable del mercado.

América Latina ha estado y continúa enferma de autoritarismo, de violencia, de ceguera, de negación de sí misma y de insensibilidad. Tal vez sea por esa razón que continuamos siendo, como afirman las malas lenguas, el continente del futuro. Que cuál una broma del destino parece condenada a ser siempre un proyecto que no alcanzará nunca su culminación.

Un mirada a vuelo de pájaro de nuestra realidad latinoamericana, a modo de presentación preliminar, nos permite discernir algunas de las tendencias más significativas de la actual situación, las cuales son las siguientes:

- En el plano económico:

Si bien en casi todos los países se ha producido un fortalecimiento de la estabilidad macro-económica, gracias a la reducción de la inflación; ello se ha hecho en un contexto de apertura generalizada al comercio internacional y de aplicación de los principios y valores neoliberales, donde se ha reducido significativamente el rol que históricamente jugaba el Estado en la economía y como contrapartida se han fortalecido los mecanismos de mercado y el sector privado; sin embargo lo anterior ha conducido a una profundización y expansión de los fenómenos estructurales de pobreza y de miseria como asimismo a un crecimiento de las diferencias económicas tanto en términos sociales como territoriales.

- En el plano social

En los años recientes se han levantado y reducido muchas de las barreras políticas y militares que obstaculizaban la plena participación social, lo cual ha posibilitado un incremento lento pero paulatino de la participación social así como una apertura creciente de los espacios ciudadanos. Paralelamente se ha generado un importante desarrollo de una nueva conciencia respecto al daño ambiental y a la necesidad de perseguir un desarrollo sustentable; sin embargo, simultáneamente hay una persistencia de la pobreza como un problema significativo pese a los logros macro-económicos; generando las condiciones para una inestabilidad política eventual como producto de la creciente situación de empobrecimiento de la población. Por otra parte se aprecia la existencia de una profunda crisis de valores, la cual se hace manifiesta en la expansión de la corrupción tanto en el sector público como privado y en un creciente vacío de autoridad moral de los líderes políticos y públicos que produce una pérdida de confianza de la gente en las instituciones.

- En el plano político

Existe un debilitamiento del autoritarismo militar así como un desarrollo de nuevas prácticas democráticas, se ha producido una generalización del uso del diálogo y de la negociación como métodos usados en mayor grado para la resolución de conflictos. Por otra parte se aprecian el desarrollo de reformas del Estado apuntado hacia su modernización, sumados a esfuerzos por su descentralización y regionalización; sin embargo se observa, pese a lo anterior, la subsistencia de burocracias excesivas, una incapacidad para resolver eficazmente los problemas de las comunidades debido a vacíos de gobernabilidad, una subsistencia de procesos poco transparentes en la toma de decisiones y la implementación de decisiones sin consulta a la gente.

Asimismo hay un incremento de la conciencia en las sociedades civiles de su responsabilidad histórica en la construcción de un nuevo orden democrático, un aumento de sus actividades autónomas y una creciente necesidad de actuar dentro de un marco de referencia democrático; aunque por otra parte se mantiene e incluso incrementa la división de la sociedad civil junto con una construcción muy lenta de coordinaciones y alianzas; se evidencia una voluntad clara de negociar con las instituciones gubernamentales pero se aprecia la ausencia de experiencia y de capacidades para hacerlo.

En búsqueda de un diagnóstico intencionado: una semiología de nuestra crisis.

No obstante, no basta con describir “objetiva” y “justipreciadamente” la realidad que nos rodea y que nos deshumaniza, es imprescindible tomar conciencia y al hacer así tomar partido respecto a esta situación de muerte, violencia y destrucción que constituye el pan nuestro de cada día para la mayor parte de los latinoamericanos, así como para las mayorías pobres del mundo actual.

Latinoamérica a pesar de su “independencia” política obtenida hace casi ya dos siglos, continúa prisionera o cautiva en un esquema de relaciones de poder internacional conformado hace ya varios siglos, el cual pese a haber ido mutando sus características mantiene su naturaleza desigual, explotadora y biocida.

Nuestra existencia como estados-naciones modernos surgió asociada a la consolidación de este modelo de organización del mundo: modernización dicen algunos, occidentalización otros. Como bien acota Salvador Giner: La mundialización es una consecuencia más de la modernidad. Es una de sus facetas, y no la menor. Mundialización es, esencialmente, modernización a escala planetaria (en Wallerstein, 1997:15)

Wallerstein habla del surgimiento del moderno sistema-mundo del cual todos hoy formamos parte, pero que muy bien sabemos que no significa lo mismo para todos. Para unos pocos, los integrados, ese es el sistema que ha alcanzado “el fin de la historia”, que está casi a punto de culminar la aventura humana. Para la mayoría excluida, significa algo absolutamente distinto…

El problema es estructural. En un sistema social histórico que está basado en la jerarquía y la desigualdad, como es el caso capitalista, el universalismo como descripción o ideal u objetivo puede sólo ser a largo plazo universalismo como ideología, ajustándose a la fórmula clásica de Marx según la cual las ideas dominantes son la ideas de la clase dominante… El universalismo es un “regalo” de los poderosos a los débiles que enfrenta a estos últimos con un vínculo paradójico: rechazar el regalo es perder; aceptar el regalo es perder. La única reacción plausible de los débiles es ni aceptarlo ni rechazarlo o aceptarlo al tiempo que se rechaza, en pocas palabras, el zigzagueante camino emprendido por los débiles tanto en el terreno cultural como político, de apariencia irracional y que ha caracterizado la historia de la mayor parte del siglo XIX y especialmente del siglo XX. (1997:22)

Una posición similar sustentan Héctor Sejenovich y Daniel Panario quienes afirman que:

En una nueva mirada al concepto de desarrollo, aparece como una profunda contradicción la crisis actual –natural y social- y la riqueza que encierra tanto la potencialidad de nuestros ecosistemas, como la capacidad de la sociedad para su transformación. (1996: 20).

Por otra parte, Eduardo Grillo Fernández pone de manifiesto como:

En la actualidad, de manera oficial, el desarrollo no es otra cosa que el quehacer concreto de la empresa mundial montada por el imperialismo, después de la segunda guerra mundial y bajo el liderazgo de EE.UU., específicamente para homogeneizar al mundo con el propósito de explotarlo y controlarlo más fácilmente… Para el efecto se dispone de toda una convincente doctrina basada en dos principios. El primero afirma que todos los pueblos sin excepción conformamos un mundo único en el que sólo cabe un único orden posible y correcto y al que le es inherente un solo proyecto universal que, por supuesto, es el de la propiedad privada y el mercado, que ha llevado a un puñado de países a encumbrarse sobre los demás y que, desde luego, requeriría del liderazgo y de la asistencia técnica de los “eficientes” países imperialistas. El segundo principio asegura que el desarrollo es una cualidad homogénea entre todos los pueblos del mundo sin excepción alguna. (1996: 4).

... Al poner las cosas de esta manera, se trata de consagrar la legitimidad del paradigma evolutivo del desarrollo a la vez que se impone la forma de vida propia de las circunstancias específicas de EE.UU. como el modelo a imitar. Siendo que se postula doctrinariamente que el desarrollo es una cualidad homogénea entre todos los pueblos y, sin embargo, se constata “empíricamente” diferencias abismales entre unos países y otros, es obvio que los que ocupan las mejores posiciones lo deberían a sus propios méritos, a su capacidad de creatividad, de trabajo, de disciplina, etc. Por eso es que serían ejemplo para la humanidad. Por otra parte, al constatar la existencia de muchos países subdesarrollados, se haría evidente que su situación actual se origina en sus deficiencias, en su incapacidad para hacer a un lado los obstáculos que fueron apareciendo en su camino y es por eso que se fueron quedando rezagados. Quedaría claro entonces que estos países “subdesarrollados” requerirían de la ayuda de la ciencia y la tecnología de los “desarrollados” porque son precisamente estas capacidades las que les habrían permitido alcanzar la situación de privilegio de la que “merecidamente” gozan.

Asimismo, como por doctrina también somos Un Mundo, hay pues que dar la imagen consecuente de un mundo solidario a pesar del abismo que separa económicamente a los “desarrollados” de los “subdesarrollados”. Hay que mostrar algún empeño para lograr una situación más “justa”. De esta manera el desarrollo deviene en una tarea global. Los “desarrollados” acuden a la tarea como benefactores con los honores y privilegios debidos a su generosidad y los “subdesarrollados” acuden como beneficiarios con la poquedad y sumisión de los necesitados, de los rezagados, de los incapaces. Así pues, la forma de acudir a esta tarea global reproduce una vez más las condiciones del poder. Con estos procedimientos el imperialismo ha logrado que la única reivindicación legítima de los pueblos sea la de reclamar desarrollo, lo que significa aceptar su poquedad y aceptar la excelencia de la vida propia de occidente moderno. Los pueblos del mundo sólo pueden reclamar legítimamente que su forma de vida se parezca a la de EE.UU.

De esta manera el imperialismo se da maña para tratar de ocultar que el saqueo de otros pueblos está en la base de su situación de privilegio, presentándose como un hábil empresario. Pero sobre todo el imperialismo, al impulsar el desarrollo, hace aparecer como si tuvieran vigencia universal las características que le son específicas al mundo occidental moderno, como por ejemplo el predominio de lo económico en la vida de las personas y de los pueblos, así como el afán competitivo en la “carrera profesional” entre las personas y la competencia por los mercados entre las empresas. Sin embargo, los pueblos con cultura propia, como el andino, no compartimos esos afanes economicistas ni competitivos. Cuando esta diferencia de nuestro modo de ser se hace evidente, se dice que “hacemos resistencia” al desarrollo y que el atraso en que vivimos nos embrutece hasta el extremo que ni siquiera seamos sensibles a las indiscutibles ventajas de la modernización. Y en esto también el imperialismo cuenta con el apoyo incondicional de los académicos universitarios y de todos los funcionarios (estatales o no) de la educación. La empresa del desarrollo propicia un tipo de educación que inculca en las sucesivas generaciones de los pueblos, la convicción de la superioridad, en todos los aspectos, de la forma de vida propia del occidente moderno. De este modo la educación facilita la homogeneización del mundo mediante la destrucción de las culturas originarias. (1996:5- 6).

¿Mestizos o heterogéneos? La tensión entre nuestras identidades de origen y de proyecto.

La nuestra es una cultura que se ha ido construyendo históricamente sobre la base de la destrucción de las culturas aborígenes preexistentes por parte de Occidente, no sólo en el momento inicial del “descubrimiento” y la posterior colonización, sino que a lo largo de toda nuestra historia como estados-naciones. Al igual que otros continentes y otros pueblos hemos sido dominados y conducidos a vivir en forma inhumana. Porque la inhumanidad y la violencia no sólo la vive quien la sufre, sino que también frente a la miseria y al dolor del otro no es capaz de humanidad.

Como lo sostiene Franz Hinkelammert:

La sociedad occidental se forma durante la edad media europea, en especial a partir del siglo XI. Pasa a ser sociedad burguesa en especial a partir de la Reforma y las revoluciones burguesas de Inglaterra y Francia. Se transforma a partir del siglo XV en la sociedad que domina el mundo entero y coloniza a los demás continentes. Transforma a Africa en un campo de caza de esclavos y erige a América en el mayor imperio de trabajo forzoso esclavista de la historia humana, el cual dura más de cuatro siglos. La sociedad occidental conquista Asia, la transforma en un simple productor de materias primas para sus centros y destruye su producción tradicional.

La sociedad occidental desarrolla un racismo no conocido por ninguna sociedad anterior. A partir del siglo XVI considera a la población de sus centros como una raza blanca superior. Su imperio de esclavitud es un imperio de esclavitud racista, donde el color de la piel determina quién puede ser esclavo o no, quién puede ser obligado a trabajo forzoso y quién no…

La sociedad occidental ha producido sistemas de dominación tan extremos, que no tienen antecedentes en ningún período histórico anterior ni en ninguna otra parte del mundo. Sistemas de exterminio de poblaciones enteras. La sociedad occidental ha inventado también los hoyos negros de los servicios secretos, donde el hombre es deshumanizado hasta niveles insuperables. En todas partes, en todas las líneas ideológicas que han aparecido en esta sociedad, se han dado las peores formas de deshumanización.

La sociedad occidental ha desarrollado fuerzas productivas nunca antes vistas. Pero las ha desarrollado con tanta destructividad, que ella misma se encuentra en el límite de su propia existencia y de la posibilidad de existencia del propio sujeto humano. (1989:9)

Nuestra identidad latinoamericana se ha constituido sobre la base de la negación de sí misma, la nuestra es una cultura que ha negado sistemáticamente su carácter híbrido. Que ha sido incapaz de asumir su condición mestiza. Nos hemos debatido entre referencias a nuestra naturaleza indiana o europea, blanca o africana, sin asumir que somos un crisol de razas, de lenguas, de cosmovisiones y que lo que nos enriquece como pueblos es nuestro mestizaje, ya que las identidades puras se han disipado durante la no tan larga historia vivida en los períodos de conquista, colonia y de repúblicas independientes. En tal sentido este mestizaje no se expresa sólo al nivel de sincretismos religiosos, sino que en casi todos los otros planos de la cultura.

Luis Carlos Restrepo y Manuel Espinel afirman que:

A lo largo de nuestra historia hemos sido testigos de un doble proceso: por un lado el resquebrajamiento y posterior desplome del mundo de la vida cotidiana de comunidades indígenas y negras, que no pudieron ampliar su horizonte p ara dar cabida arrollador flujo de significados y representaciones que acompañaron al proceso de conquista y colonización española y portuguesa , y por otro lado, la resistencia e hibridación cultural producida a partir de fragmentos culturales relativamente intactos, que permitieron enfrentar las contingencias que los nuevos imperativos culturales y lingüísticos impusieron.

Es claro, sin embargo, que para la burguesía criolla de los albores de la independencia, el ideario libertario estaba cargado de imágenes provenientes de Inglaterra como ejemplo de capitalismo floreciente y exitoso, de Francia como ejemplo político y social, y de Estados Unidos como joven país democrático recientemente independizado. Ideario de nuestras elites que no se ha visto alterado substancialmente a pesar de las vicisitudes y las múltiples luchas políticas que han caracterizado la formación de los estados latinoamericanos.

La construcción de las naciones-estado, meta de las elites criollas, se caracterizó por la superposición y yuxtaposición del ideario ilustrado con formas coloniales de caciquismo, latifundismo y prácticas clientelistas, y, además, por la incorporación a través de medios violentos de sectores indígenas, campesinos y negros, al proceso de creación y desarrollo de una identidad nacional. A nivel local y rural perduraron expresiones culturales prehispánicas y coloniales mezcladas con formas de ritualidad y simbolismo propias de este proceso incipiente de modernización, prácticas culturales que se fueron incorporando a la vida urbana como resultado de la migración a las ciudades. Los países latinoamericanos son actualmente el resultado de la superposición, yuxtaposición y entrecruzamiento de tradiciones culturales indígenas y negras con el hispanismo colonial católico; de prácticas y tradiciones políticas de corte hacendista y semioligárquicas con una burguesía incipiente promotora de una economía capitalista semindustrial; de luchas armadas promovidas por movimientos sociales semitransformadores, con estilos de vida consumistas promovidos por los medios masivos de comunicación. Pese a los intentos de la burguesía criolla por crear un proyecto político, social, cultural y económico homogéneo, a imagen y semejanza del mundo europeo y norteamericano, replegando a indígenas, negros, mulatos y zambos a sectores populares principalmente campesinos, un mestizaje interclasista ha generado y sigue propiciando formaciones híbridas en todos los estratos sociales.

Este proceso de amalgamamiento, entrecruzamiento e hibridación de tradiciones culturales, espacios sociales, tiempos históricos y competencias lingüísticas y comunicativas propias del indio, del negro y del hispano, dentro de un mercado internacional de libre circulación de mensajes, bienes y servicios, produce una marcada heterogeneidad sociocultural que no debemos confundir con una multiplicidad de culturas diversas. Esta heterogeneidad se refiere más bien a una participación segmentada y diferencial en el mercado internacional de signos que penetra por todos lados y de manera inesperada en el entramado local de la cultura, llevando a una verdadera implosión de los sentidos consumidos, producidos y reproducidos, y a la consiguiente desestructuración de representaciones colectivas, parálisis de la imaginación creadora, pérdida de utopías, atomización de la historia local y obsolescencia de tradiciones.

Nuestra heterogeneidad cultural se proyecta como un verdadero collage o pastiche de injertos y retazos producidos por la participación parcelada en el mercado internacional de símbolos, bienes y servicios, con una apropiación segmentaria y diferencial a partir de códigos locales de recepción. (1996:316-31 8)

Restrepo y Espinel continúan diciendo que:

En estas circunstancias, como señala J. Brunner, nos encontramos condenados a vivir en un mundo donde las imágenes vienen de afuera y se vuelven obsoletas antes de alcanzar a materializarse. América Latina es un proyecto de ecos y fragmentos, de utopías y pasados, cuyo presente sólo podemos percibir como una crisis permanente. Vivimos y pensamos en medio de una modernidad en proceso de construcción cuya dinámica aumenta cada día las heterogeneidades de nuestras percepciones, conocimientos e información. “El futuro de América Latina –dice Brunner- no será por lo mismo demasiado distinto a su presente: el de una modernidad periférica, descentrada, sujeta a conflictos, cuyo destino dependerá en parte de lo que las propias sociedades logren hacer en el proceso de producirse a través de su compleja y cambiante heterogeneidad”.

Reconocernos inmersos en un contexto sociocultural heterogéneo, desdibujado, fragmentado y contradictorio, de acceso desigual y segmentado al mercado de mensajes, bienes y servicios, de participación diferencial según códigos locales de recepción de esos símbolos y de esos bienes, no significa otra cosa que admitir que microcontextos polisémicos y plurisemánticos donde el esfuerzo comprensivo, interpretativo y de producción de sentido tiene que ser la prioridad que oriente nuestras acciones y expresiones. En otras palabras, sin desconocer el impacto que ha tenido y sigue teniendo la reproducción y transformación simbólica del mundo de la vida a través de ordenadores éticos, estéticos y culturales, se convierte en un reto inaplazable. Es dentro de esta perspectiva donde conceptos como desarrollo, gestión, salud y producción, adquieren un sentido diferente al que las reglas economicistas del mercado pretenden imponer. (1996:319-320)

Desde una mirada sobre nuestra cultura propia de la economía, Sejenovich y Panario, destacan:

La riqueza que encierra la heterogeneidad de nuestras culturas, se ve estimulada por la articulación de un cierto grado de homogeneidad idiomática; y por problemas ecológicos, económicos y sociales comunes, hecho que mejora las posibilidades de un planteo regional. Sin embargo, la ideología dominante del desarrollo, nos ha enseñado durante décadas que somos pobres, que sólo podemos aspirar a la explotación de muy pocos recursos que ganen ventajas comparativas a nivel mundial, y que sólo de esta forma obtendríamos los recursos que mejorarían nuestra situación. (1996: 21).

Pese a la profunda validez y sugerente propuesta implícita en los párrafos antes citados, no obstante, hay quienes afirman que aún tenemos una tradición cultural de una enorme riqueza y con capacidad suficiente para enfrentar la violencia y la destrucción que nos rodea.

En la cultura andina la diversidad de formas de vida tiene sus propias particularidades. En primer lugar la diversidad es holística o totalizadora, es decir incluye a todo cuanto existe. Los miembros de la comunidad humana (runakuna en quechua) aprecian que no sólo es viva una alpaca o una planta de maíz. El río, las piedras, las estrellas, el viento, que la biología podría caracterizar como seres incapaces de producirse a sí mismos son también apreciados como formas de vida, con la peculiaridad de que al andino le es ajena la noción de auto-poiesis. En su visión del mundo ninguna forma de vida en el Pacha es autónoma en cuanto a su propia producción.

Las actividades que realizan cualesquiera formas de vida no son apreciadas como surgiendo de decisiones autónomas sino como la participación equivalente de todas ellas… La consecuencia de una posición de este tipo es que todos tenemos que ver con la vida de todos, y que todos estamos comprometidos en la regeneración del mundo.

En segundo lugar, la diversidad es apreciada como fruto de la crianza. Para los andinos cada forma de vida llámese papa hauyro, maíz chullpi, Willka Mayu o Antonio Mamani, es un criador, siendo ella misma apreciada como fruto de la crianza recíproca entre las diversas formas de vida… Lo que equivale a decir que una forma de vida, cualquiera sea su naturaleza, cría y es criada no sólo por sus congéneres sino por toda otra forma de vida.

En tercer lugar… en los Andes, hablar de la cultura de la diversidad es hablar de la cultura de la abundancia. Todo es vivo y singular a la vez. Una chacra como una semilla no es igual a otras. Vivimos el mundo de la heterogeneidad que cría a la heterogeneidad. Ajenos a toda conducta evolutiva por la que las formas de vida son divididas en inferiores y superiores, los andinos respetan y tienen un cariño por todas las formas de vida. No clasifican a éstas por algún atributo en más evolucionadas y en menos evolucionadas, en mejores y en peores. Sabemos que aquellos que hacen estas divisiones tienden a simplificar la diversidad eliminando las consideradas inferiores. Por esta vía la diversidad se va estrechando y la vida se queda sin alternativas.

En cuarto lugar podríamos decir que la diversidad se cría en la chacra y en la naturaleza. La agricultura andina no ha surgido para oponerse a la naturaleza reemplazando a la diversidad natural por monocultivos, sino como un modo ritual de acompañarla en la recreación de la diversidad. Es por ello que se puede contar en los Andes hasta 3.000 variedades de papas criadas, que la comunidad humana ha sabido hacer brotar de las papas que la propia naturaleza cría. Así como en la propia naturaleza las formas de vida tienden a conservarse y ampliarse, así también en la chacra, la comunidad humana “imita” esta conducta contribuyendo a que la vida sea plena para todos.

En quinto lugar, el atributo de la diversidad andina es expresión de la vida en ayllu. En los Andes todos somos familia. La Pachamama es nuestra madre, las papas son nuestras hijas cuando las sembramos, los Apus nuestros abuelos. Todos pues estamos emparentados. La crianza de la diversidad se hace así en familia, con el cariño y la consideración que nos merecen cada uno de los que la integran. (Rengifo: 1996:17-21)

Las amenazas a la biodiversidad ¿Podremos preservar la vida?

En el plano ambiental, América Latina y El Caribe es la región biológicamente más rica de la Tierra. Con base en inventarios florísticos existentes o en proceso de elaboración en la zona, es posible afirmar hoy que existirían en la región 120 mil especies de plantas con flores. Varios de nuestros países son los que tienen la mayor diversidad de aves, de reptiles, de batracios, etc. en el mundo. Pero esta enorme riqueza de biodiversidad se ve acosada por un inminente riesgo de destrucción, como lo hace manifiesto Fernando Mires:

Podríamos extendernos hasta el infinito enumerando los aspectos no considerados en la contabilidad de la “Economía del crecimiento”. Limitémonos a señalar apenas algunas de las implicaciones ecológicas más sobresalientes. Y en el caso de nuestro ejemplo, el modo de producción amazónico, la que más resalta de todas es la destrucción de los bosques. Por cierto, la destrucción de los bosques no es una especialidad brasileña, o de otros países latinoamericanos. El caso amazónico es sólo un ejemplo en América Latina. Ni siquiera es el más significativo. Por ejemplo, se sabe que la más alta tasa de deforestación en nuestro continente la tiene Costa Rica. Lo que sí parece estar ocurriendo, es que en la Amazonia se encuentra el último eslabón de una larga cadena. De acuerdo con datos proporcionados por las Naciones Unidas:

Los bosques tropicales cubren un 20% de la superficie terrestre. Pero están desapareciendo con gran rapidez; los bosques tupidos al ritmo de 7,5 millones de hectáreas anuales, y los bosques ralos al de 3,8 millones de hectáreas al año.

Al llegar al presente siglo, los bosques tropicales cubrían 16 millones de km2 de la superficie mundial. Hacia la década de los ochenta, quedaban solamente 900 millones de hectáreas.

Con la desaparición de los bosques tropicales, se está poniendo término a un desarrollo botánico y biológico que ha tardado millones de años en reproducirse. El 58% de los bosques que hoy sobreviven están concentrados en América Latina, dentro de los cuales el 60% corresponde a la Amazonia brasileña, poseyendo Brasil el 33% de la superficie boscosa tropical del mundo (al resto de América Latina le corresponde un 25%). Según el citado informe de las Naciones Unidas, al ritmo actual, nueve de los llamados países en desarrollo habrán perdido sus bosques de hojas ancha en los próximos 25 años, y otros 13 en los próximos 50; 33 países en desarrollo son exportadores netos de productos forestales, no obstante, sólo 10 lo serán en el año 2.000. El índice actual de destrucción del bosque tropical equivale a unas 21,5 hectáreas por minuto. Cada año desaparece un área de bosque tupido del tamaño de Sierra Leona. Tales cálculos parecen incluso ser optimistas si se toma en cuenta que únicamente en el territorio amazónico, entre 1975-1980 la superficie sobre la cual se realizaron las destrucciones de bosques alcanzó a 12,4 millones de hectáreas. Sólo en una hacienda del consorcio Volkswagen, fueron desmanteladas 70.000 hectáreas.

Que en la actualidad, en distintos países del mundo, se levanten voces de protesta en contra de la devastación de los bosques, prueba que el recurso ecológico ha sido introducido en un tipo de pensamiento que hasta hace poco lo excluía totalmente, produciéndose así una transformación en la esfera cultural, la que progresivamente invade los territorios de la política. A la inversa, la acelerada destrucción de las zonas boscosas de tipo tropical prueba la absurda lógica de la “Economía del Crecimiento”. Por esas razones, una segunda crítica a la Economía Política tendrá, tarde o temprano, que tomar como una de sus referencias lo que ha ocurrido en la Amazonia en los últimos años. En efecto, lo que hoy sucede en la Amazonia es el resultado, aunque también la radicalización, de un tipo de pensamiento que se articuló durante todo el período de la modernidad, basado en una creencia ciega en las llamadas “fuerzas del progreso”. Por eso, para diversos sectores político-culturales, en los más distintos países del planeta, la defensa de la Amazonia ha pasado a ser un símbolo. (1990: 130-131)

Desde una perspectiva de desarrollo sustentable, Héctor Sejenovich y Daniel Panario, presentan un inventario global que da cuenta de la enorme riqueza de recursos naturales con que cuenta nuestro subcontinente:

Sólo contamos con el 8% de la población mundial, pero concentramos el 23% de la tierra potencialmente arable, un 12% del suelo cultivado, un 17% de la tierra para crianza de animales, un 23% de los bosques (46% de las selvas tropicales) y un 31% del agua superficial utilizable. Nuestro potencial energético también es excedentario, teniendo el 3% de las reservas –probadas- de combustibles fósiles y el 19,5% del potencial hidroeléctrico mundial utilizable (Gallopín, Winograd y Gómez, 1991). (1996:20)

Pero, no basta con disponer de recursos si es que ellos no son usados sustentablemente. Lo cual nos requiere enfrentar los temas tema de la pérdida de biodiversidad, la sobre-explotación de nuestros recursos naturales y el de los crecientes costos ambientales del estilo de desarrollo dominante.

Sin embargo, nuestros pueblos indígenas siempre llevaron a cabo un uso sustentable de sus recursos naturales, como lo afirma Shapion Noningo, líder indígena de la Amazonia peruana en un artículo para la Revista Tierra América:

“Los pueblos indígenas reivindicamos el uso sustentable de nuestros recursos naturales, es decir, el tipo de uso que hemos realizado históricamente.

En la agricultura, por ejemplo, cultivamos siempre varias especies, hacemos turnos para que la tierra descanse, no es costumbre nuestra abrir grandes extensiones de terreno para sembrar un solo cultivo, como quiere el Estado. Sabemos que eso mata la tierra y no queremos acabar con nuestra selva. Son pues dos formas muy distintas de uso de la tierra.

Frente a la presión de las grandes multinacionales farmaceúticas, intentamos defendernos mediante convenios para ponerles condiciones. No queremos que pase con esta riqueza lo mismo que ocurrió con el petróleo o el oro, y que nos veamos obligados a denunciar a nivel mundial un nuevo despojo.

Pedimos un beneficio que sea equitativo. Si se descubre algún bien o se requiere nuestro conocimiento sobre las plantas u otros recursos, exigimos un pago justo.”

Dicha forma de relación no destructiva con el medio ambiente, es la que caracteriza las formas de explotación propias de las culturas indígenas de la Amazonia, así lo indica Fernando Mires.

Las técnicas de cultivo y de aprovechamiento económico del bosque practicadas por los indígenas, recién están siendo conocidas. Como ya ha sido visto, la recurrencia que hacen los indígenas del “factor ecológico” puede considerarse una actividad, en última instancia, científica. Esa actividad científica les ha permitido no sólo sobrevivir durante siglos, sino acumular, además, un tesoro de conocimientos que para la reformulación de la Economía Política (y de otras ciencias) constituyen aportes insustituibles. Ahora bien, si la “economía del crecimiento” realizara prospecciones ecológicas que tomaran en cuenta apenas algunas de las consecuencias que producen, hablemos en plazos cortos, la destrucción de los bosques, ¿cuál es, aún desde su propia lógica, el gran negocio que están realizando?. (1990:139)

Pero aún más, en la cultura andina la relación con la naturaleza es armónica e incluso amorosa, como nos lo describe Eduardo Grillo), allí la crianza es una expresión de amor al mundo y hay una simbiosis, en una comunidad donde lo heterogéneo es valorado y acogido:

El mundo andino somos todos nosotros: quienes vivimos aquí en los Andes criando y dejándonos criar, formando familia.

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